La gran
versión del «Orfeó Catalá« en Toulouse. — Montserrat Caballé y Raimundo
Torres a las órdenes
del autor. — La
sinceridad lírica y tradicional de un artista universal
Son muchos los aficionados catalanes que
estuvieron en Toulouse y que podrán servir informes directos sobre el estreno
francés de «El pessebre». El acontecimiento de la novedad musical importante, lo resultaba más para
los
españoles, porque la coyuntura fundía dos
nombres capitales en la historia de la música nacional: Pablo Casals y el
«Orfeó Cátala». Con ellos, una
discreta orquesta francesa y un brillante grupo de solistas.
«El pessebre», poema de Juan Alavedra que
canta la Natividad del Senor, requiere todos estos concursos en la versión de
Casals. El Oratorio del insigne maestro, con duración que rebasa las dos horas,
nos hace recorrer un bello paisaje desde la «Anunciación» al «Hossana», en el
que juegan y animan el recorrido múltiples voces de la «Virgen», «San José», el
«Niño» que llora, el hombre del pueblo, el pescador, la vieja que hila y los
animales del establo, el buey, la mula. Nos acerca a los pajes, los Reyes Magos, los camellos;
nos hace sentir la emoción de las «ofrendas», el encanto
de la «Noche de Navidad»... Pablo Casals, para ello, se traza un camino
que nada ni nadie podrán alterar: ser sincero, fiel a sus propios sentimientos;
no escribir para que pueda ensalzarse una inquietud renovadora, sino para que
todo cante, libre, lírico, efusivo, tierno. Su «Oratorio» es obra dulce, bella,
muy amable y delicada, compuesta de forma primorosa, con elegancia en los temas
y en los timbres, con lógica en el desarrollo, que no huye del aria, ni la
busca, de la misma forma que no se preocupa de que pueda tildársele de
reminiscente. «El pessebre» es la obra de un buen músico, más que heredero
continuador espiritual de lo que otros inmortales nos legaron. Casals, a sus ochenta y cinco
años, ya historia en vida pero todavía viva
historia, canta en sus pentagramas con el dulce, poético acento que nos
embelesa en su violoncello.
«El pessebre» acusa vecindades claras e
ilustres. Wagner está cerca. «La Anunciación» tiene aromas de «Lohengrin», como de «Parsifal» los hay en
«El hombre del pueblo» - que también nos habla de Franck - y de la tetralogía
en el «Buey del establo». No faltan ecos de Borodin, de Haydn, de Ricardo
Strauss, en «Los pajes»,
«El pesoador» y el «Hossana»,
respectivamente. Incluso Bach aparece de puntillas en forma episódica y feliz,
con «Los Pastores». Pero es la sombra de Félix Mendelssohn, sin duda, la más
próxima, sobre todo en dos de los más bellos corales de la obra: «La estrella»,
con una deliciosa modulación postrera, y el «Llanto del niño Jesús».
Mendelssohn ..., y Cataluña, la Cataluña
queridísima. No importa que no haya temas populares. Tampoco los hay de los
maestros citados. Hay el espiritu, la esencia, el carácter, el sabor típico
fragante y señorial, reverencial y fluido. En todo: en la melodía y la
instrumentación, a veces, de cobla estilizada. Y, siempre, el lirismo, la
efusividad , la ternura. Los términos se repiten deliberadamente, como es
deliberada la posición del maestro.
Casals, recio, inconmovible, firme, seguro,
ágil de brazos y de mente, autoritario, avezado al mando artístico y el éxito,
cortejó plenamente, vibró en la dirección de su obra. !Cuántas veces dejó la
silla que le estaba destinada en el altísimo «podium! Menudo, nervudo,
elástico, sin desfallecimientos, condujo a todos al triunfo.
No sería justa la cita global de los
intérpretes, porque la diferencia de unos y otros fue palpable.
En primerísimo término, Montserrat Caballé
y el «Orfeó Cátala».
Una voz igual, llena, grande, timbrada .que
en el registro alto culmina su belleza, perfección de filado, exactitud de
afinación y seguridad, se pone al servicio de un estilo musical, serio y hondo.
Montserrat Caballé hizo
verdaderas maravillas en una misión difícil, comprometida.
El «Orfeó Cátala» volvió a ser la entidad
coral que es lujo y orgullo de nuestra patria. Sensible, empastada, rica de
matices, con calidad siempre musical, respondió a las indicaciones de Casals
con dominio acreditativo del amor, el celo y competencia desplegado en los
ensayos por su maestro, Luis María Millet. ¡Magnífico!
Raimundo Torres, en labor extensa y
complicada, que conviene bien a su voz noble de barítono grave, fue un
gran artista en el estilo y la materia
prima. En su cometido,
mucho más breve, cumplió mejor que bien José Simorra. Una fuerte afección limitó en forma
extraordinaria las facultades de Rosario Gómez, de buena línea siempre al
decir. Él tenor Juan
Oncina, mejor de voz que por el estilo, afectado y no libre de portamentos.
Muy por bajo, la orquesta. El conjunto de
la Radio-Sinfónica de Toulouse, algo más que discreto en la cuerda, mucho menos
en el metal, es una entidad que no pudo resistir la comparación con el bloque
de cantores. Ha de agradecérsele, no obstante, la en trega y disciplina que
puso a contribución para el éxito colectivo.
En la noche memorable, hubo también muy
bellos gestos: el de hondo silencio en memoria de las recientes víctimas
barcelonesas, con el público en pie, luego de las sinceras palabras de Juan
Alavedra; la fuerte recaudación que siguió a la solicitud fraternal del alcalde
de Toulouse, para eí mismo fin. Presidiéndolo todo, una música noble y un gran, venerable
artista, que explicó su lección de fidelidad, cuando tantos repudian el pasado
musical, a lo que fue su ejemplo, su «pessebre», canto a la paz del espíritu,
alimento y su devoción de siempre. Ello es a una tradición que para Casals no
muere.
nuevo y extraordinario triunfo en la
representación
de «Las bodas de Fígaro»,
dentro de las óperas organizadas por el
Festival de Lausanne. Bajo la dirección
del maestro John Pritchard y alternando
con un elenco en el que figuraban
Heinz Blankenburg, Gabriel Bacquier,
Lilian Berton, Hanny Steffek, etc.,
Montserrat
Caballé ha confirmado, en el
«role» de Rosine, su clase excepcional,
por su temperamento, por la densidad de
su voz, por su exquisito arte. Montserrat
Caballé se vio obligada a saludar
al público, ella sola, seis veces, ante la
insistencia de los entusiásticos aplausos,
en esta magnífica representación, como
lo índica el crítico de la «Gazette de
Lausanne» en la reseña que hace el día
23 del actual.
03
03.09.1965
Buenos Aires
Teatro
Colon
Puccini
/ Turandot
05.09.1965
Buenos Aires
Teatro
Colon
Puccini
/ Turandot
"Turandot" en el Teatro Colón 1965 (CD):
"Turandot" en el Teatro Colón 1965 (CD):
Un testimonio para nostálgicos
La última ópera de Giacomo Puccini es
protagonizada por Birgit Nilsson y Montserrat Caballé en una función antológica
del Colón, rescatada y restaurada por su nuevo sello discográfico. Por Ernesto
Castagnino
Turandot 1965, un testimonio para
nostálgicos
Nº 0 de la serie "Memoria Sonora del
Teatro Colón" 2006
2 CD Sello discográfico del Teatro Colón
TURANDOT, ópera de Giacomo Puccini.
Dirección musical: Fernando Previtali.
Elenco:
Birgit Nilsson (Turandot),
Dimiter Usunov (Calaf),
Montserrat Caballé (Liù),
Victor de Narké (Timur),
Italo Pasini (El Emperador),
Ricardo Catena (Ping),
Nino Falzetti(Pang),
Virgilio Tavini (Pong),
José Crea (Un Mandarín),
Horacio Mastrango (El Príncipe de Persia),
África de Retes, Aída Fileni, Tota de
Igarzábal, Corrada Malfa, Sofía Schultz y María Ziegler (Doncellas).
Orquesta y Coro Estables del Teatro Colón.
Director de coro: Tulio Boni.
Coro de Niños del Teatro Colón.
Director del coro de niños: Valdo
Sciammarella.
Grabación del 11 de septiembre de 1965.
Restauración digital: Pablo Abal y Gustavo
Bruno.
Director y productor artístico: Gustavo
Anecchina.
Última ópera de Giacomo Puccini, basada en
la obra Turandotte del dramaturgo veneciano Carlo Gozzi, presenta un lenguaje
musical complejo que nos pone frente al más ambicioso trabajo de un compositor
obsesionado por la dinámica y el efecto teatral. Reaparecen los habituales
elementos dramáticos con los que Puccini intenta crear una experiencia
emocional que avanza sobre el espectador y lo abruma: el elemento exótico, que
ya había explotado en Madama Butterfly, lo heroico, lo sentimental y hasta lo
cómico.
Esta obra es la síntesis de las
preocupaciones que persiguieron a Puccini desde sus comienzos: crear atmósferas
teatrales, delinear estados emocionales y psicológicos a través de la música,
acelerar la acción empujando al límite la tensión dramática. La partitura
rebosa de motivos orientales y elementos pentatónicos con los que traza la
pintura de una China "a la italiana", priorizando el desarrollo de la
acción que fluye sin pausa hasta la apoteosis final. En esta obra, Puccini
profundiza al máximo el entramado de voces, masas corales y orquestales
concertadas con resultados ciertamente espectaculares.
La grabación de la función que se ofreció
el 11 de septiembre de 1965 en el Teatro Colón constituye el Nº 0 de la serie
"Memoria Sonora del Teatro Colón" y fue lanzado en noviembre de 2006
con motivo de las representaciones de esta ópera en el Luna Park. El mérito de
esta remasterización es contar con el testimonio de una época gloriosa del
teatro en la que podían escucharse, en una noche, las voces de Nilsson y Caballé
juntas.
Lamentablemente la toma de sonido es pobre
y los esfuerzos de Pablo Abal y Gustavo Bruno, quienes trabajaron con equipos
donados por el gobierno de Japón, apenas consiguen mejorar la anterior
digitalización de 1995 (Ediciones Teatro Colón), balanceando a favor de las
voces. Los concertantes de voces, orquesta y coro
suenan empastados y pierden efectividad dramática (fundamentalmente en los
tutti orquestales y en los frecuentes forte y fortísimo). Aun peor se oyen los
instrumentos de percusión y ni hablar de las texturas orquestales que en esta
obra son de una enorme riqueza.
Mucho se ha dicho sobre la Turandot de la
recientemente desaparecida Birgit Nilsson, baste decir que fue la indiscutida
intérprete de este rol durante la década del sesenta, aunque alcanzó su fama
como soprano wagneriana. Si bien sus interpretaciones en el repertorio italiano
muestran algo de rigidez y distancia, sus condiciones vocales y dramáticas
convienen, en este caso, a la personificación de la gélida principessa: titánico
caudal de voz, hermoso y metálico timbre, agudos acerados que sobrepasan a las
trompetas que acompañan su entrada.
Capítulo aparte merece el debut en el
Teatro Colón de Montserrat Caballé, en un rol que le va como anillo al dedo,
aunque en la década siguiente se atreviera -con resultados más que discutibles-
a personificar el rol de Turandot. La emisión clara y fluida, la naturalidad de
su respiración, los famosos pianissimi que parecen no acabar nunca, son algunas
de las virtudes de la soprano catalana que brilla en esta grabación por sobre
las deficiencias sonoras. Como otros cantantes dotados naturalmente de una
bella voz, Caballé parece en general ausente e indiferente al personaje y al
texto, preocupada fundamentalmente por la emisión de un bello y refinado
sonido. Afortunadamente, al momento de la grabación aun conservaba algo del
calor y la expresividad que la pobre Liù merece.
Dimiter Usunov no está a la altura del
heroico rol de Calaf, el príncipe extranjero que desafía a la hierática virgen.
Su voz, de un timbre ingrato, suena ronca y con un molesto vibrato en el
registro agudo, echándose en falta el legato y las líneas de largo aliento que
el rol exige. El resto del elenco estuvo conformado por voces locales: Víctor
de Narké, África de Retes, Ricardo Catena, Nino Falzetti y Virgilio Tavini,
entre otros.
Resulta interesante el hecho de que
Fernando Previtali fuera alumno de Franco Alfano, encargado de componer el
final de la inconclusa partitura (1), lo que presupone un conocimiento profundo
de la obra. La incisiva dirección de Previtali, director principal del Teatro
Colón de 1960 a 1967, se aferra al hilo dramático de la obra póstuma de
Puccini, aunque se observan algunos desfasajes entre la orquesta y las voces
(por ejemplo al comienzo de "In questa reggia").
La presentación es sencilla, con un breve
comentario que rescata las reseñas de la época y algunas fotos de las
funciones, aunque sería deseable que en los próximos títulos se incluyera el
libretto bilingüe de cada obra, una de las raras ocasiones en que el público
hispanohablante podría contar con su traducción al español. El Príncipe de
Persia y su Verdugo hicieron que la presentación tuviera un par de errores: se
los asigna a Ricardo Novich y al tenor Horacio Mastrango respectivamente,
cuando debería ser al revés; y en el comentario se dice que esos personajes
fueron danzados. Lástima que no contemos con una toma de
video que nos permita, quizás por única vez, ver un pas de deux entre el principe
y su verdugo...
En síntesis, las grabaciones históricas,
testimonio nostálgico de voces gloriosas, son siempre recomendables al experto
o al coleccionista pero plantean dificultades evidentes a quien quiera
introducirse en una obra determinada. Es destacable el gran aporte que
significa el emprendimiento del Teatro Colón al rescatar grabaciones de gran
valor histórico, iniciando la serie con una función memorable de Turandot que
muchos hubiéramos querido presenciar.
Nota:
Puccini dejó al morir, en 1924, la
partitura inconclusa y Franco Alfano fue el encargado de finalizarla a partir
de los esbozos del compositor. El estreno tuvo lugar el 25 de abril de 1926 en
la Scala de Milán bajo la dirección de Arturo Toscanini. Cuando la obra llegó a
la última nota escrita por Puccini (justo antes del duo final), el director
dejó la batuta y volviéndose al público dijo: "Aquí concluye la ópera,
porque en este punto murió el maestro" y dio por terminada la
representación sin la parte final de Alfano que fue interpretada al día
siguiente.
Artikel und Photos mit freundlicher Genehmigung von Luciano Marra de la Fuente www.tiempodemusica.com.ar